César Vallejo
César Abraham Vallejo, el poeta peruano más famoso, nació (16 de marzo) en un pueblito llamado Santiago de Chuco en 1892, pero murió lejos de su patria, un viernes santo de 1938, en la ciudad de París. Sus padres fueron Francisco Vallejo y María de los Santos Mendoza. Tuvo diez hermanos.
Ingresó en 1913 a la Universidad de La Libertad (Trujillo), donde se graduó de Bachiller con una tesis sobre El romanticismo en la poesía castellana. En 1918 viajó a Lima para estudiar un doctorado en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ese año publicó su primer libro titulado Los Heraldos Negros.
En 1920, el poeta estuvo envuelto en un incidente dramático por el cual fue detenido injustamente y llevado a la cárcel de Santiago de Chuco, donde permaneció tres meses. Los periódicos de aquella época defendieron la inocencia del vate peruano y gracias al trabajo de su abogado José Carlos Godoy Vallejo salió libre. Tras las rejas escribió Escalas melografiadas, una prosa desgarradora. Los seguidores de su obra indican que este texto sirvió de inspiración para la construcción literaria de Trilce (1922).
Vallejo estuvo por diversas ciudades europeas como París, Madrid, Moscú, Budapest, Bruselas y Berlín. Permaneció en el Viejo Continente 15 años y se casó con la francesa Georgette Philipard. Vallejo careció de recursos económicos en Europa. Al principio, vivió de artículos periodísticos y ensayos que enviaba a distintas revistas. Después de su muerte, en la clínica del Boulevard Arago en París, el 15 de abril de 1938, se publicaron, entre otros, Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz.
Los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Información: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2013.
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